viernes, 6 de abril de 2012

06/04/2012 || Donde comen 2, comen 3, y donde entran 15, entran 21



La llegada a Etiopía de nuevo fue muy agradable. En el aeropuerto me estaba esperando Kufa, el conductor de las hermanas (el mismo que nos llevo el primer día) y me dio la bienvenida con un abrazo y como es común aquí me preguntó por la familia. Como ya he dicho en numerosas ocasiones aquí son muy cariñosos, y eso que con este hombre no tengo mucha conversación porque yo no hablo el idioma local (mal Diego, mal !!).

La vuelta a Zway también estuvo bien aunque no pudimos llegar a tiempo para la inauguración del dispensario que han hecho en el orfanato de Meki. Hubiera estado genial, por la fiesta, pero como siempre por los 35 peques deseosos de jugar. No llegamos porque recogimos al director de la misión, que le habían operado, pero no fue tan malo pues paramos a comer en un restaurante de carretera, que venía siendo como la típica “tasquilla” española de hace unos años, con comida casera, pero todo un poco “guarrete”, los típicos manteles de plástico (que en España diríamos que eran del “Todo a 100”), y las típicas migas allá donde mires. Aunque se fue la luz a mitad de comida y tuvimos que intuir los platos, el pescado estaba muy bueno… tipo pescaíto frito, pero con el producto local (tilapia).

Llegar de nuevo a la ciudad, ver de nuevo la gente, los burros, las cabras, el mercado, los caminos de tierra, la misión, e incluso las hermanas (jeje) me produjo satisfacción, quizá porque ya lo he identificado como mi hogar por este año.

La vuelta al cole fue dura… no porque no me guste, sino por el curro que supone , en primer lugar, terminar de corregir los exámenes que tenía aquí (pues me fui a España de repente y dejé a mis estudiantes un poco colgados), empezar de nuevo con el programa, seleccionando los libros que usaré, preparando el contenido de las primeras clases y pensar cómo las explico… pero bueno, “chiguer yellem” como dicen aquí, sin problema, despacito, despacito, se van haciendo las cosas, así que a día de hoy más o menos ya voy cogiendo ritmillo.

Mi llegada al College de nuevo trajo los resultados de los exámenes, que los estudiantes esperaban “como agua de Mayo”, y aunque para mí los resultados han sido francamente buenos (no es que lo hayan hecho genial pero me esperaba peores notas), ellos se esperaban más. ¡Claro!, esto casi siempre pasa… yo he estado tanto tiempo en el otro lado esperando más nota para recibir incluso un “No tienes ni idea” como comentario al 0 que me pusieron en la corrección de un examen (es verídico, Tratamiento Digital de Señales… tampoco hacía falta ser cruel, pero a algunos profesores creo que les gusta). En resumen, que no ha estado tan mal la cosa, y estoy bastante satisfecho con los resultados, y ahora sé que les puedo apretar un poquito más, jejeje, que seguro que me responden bien.


Aparte del trabajo, esta semana conocí a unas voluntarias austriacas que trabajan con los hermanos. Las había visto antes un par de veces en la misa, pero como he dejado de ir hace mucho pues no había contactado con ellas nunca. Son bastante simpáticas, y una de ellas habla español. Aunque habla “por los codos” es agradable y habla muy bien amhárico, así que puede que nos eche una mano a los que somos un poco más novatos. Fuimos las dos voluntarias de aquí, ellas y yo a un restaurante, al que llegamos en “gari”, por fin lo pruebo (es un carromato de madera que parece que se va a resquebrajar tirado por un caballo, y aunque es para tres, entramos 4 más el conductor entre mis piernas, que es un niño, por cierto). En la cena quedamos en ir a al lago Langano todos juntos pues es la última semana de la voluntaria canadiense (Audrey) y así puede disfrutar de ello antes de partir. Cuando ya se hizo un poquito tarde, volvimos en “bayach” (moto con asientos cubiertos por una estructura metálica, o lo que para la mayoría es un tuk-tuk), compartiéndolo con una mujer que ya estaba dentro (la capacidad suele ser de 3 atrás y como mucho uno adelante con el conductor… y sólo nos pasamos en uno… no es demasiado).

A los pocos días tuvimos una baja en la planificación del viaje, la voluntaria americana empezó a sentirse mal, con fiebre de caballo, y temían que fuera malaria (pero toma medicación para ello así que ella lo descartó) y terminó siendo tifus o eso le dijeron (sí, aun estando vacunado te puede pasar, aunque sólo con síntomas de fiebre y ganas de morir por uno o dos días). Se le pasó con medicación, en un par de días pero siguió sintiéndose cansada unos días más. El contagio por lo visto puede ser por el agua, o algo que hayas comido, así que casi tengo que dar gracias porque en casi 4 meses estoy como una rosa.


Finalmente, decidimos ir a Langano el sábado 30 y fuimos tan sólo 3, la chica austriaca que habla mucho y amhárico (Julia), la canadiense que es la que si no va ya no tiene oportunidad (Audrey), y yo que “me apunto a un bombardeo”. El tema lago no lo voy a tratar mucho porque viene siendo similar a la otra vez que estuve con las hermanas y los peques, pero la novedad es que por fin usé el transporte público. 

Para ir fuimos en un bus normal que salía de la “estación de autobuses de Zway” (lo pongo entre comillas porque es una explanada con autobuses, pero hace su función, así que bien). Allí el horario viene marcado por cuándo se llena el bus. Por lo visto esta vez no fue muy dramático, porque puedes estar esperando hasta una hora en el bus hasta que se llene, pero cuando estaba a más de la mitad, salimos y dimos media vuelta para recoger a más gente. Por supuesto, tres blanquitos con una pinta de turistas (gorra, gafas de sol ellas, bermudas…) llamaba fervientemente a la venta ambulante de chicles, pañuelos de papel y galletas, que es lo que suelen ofrecer los chavales que van con la bandejita sujeta con una cuerda al cuello. Tras nuestra negativa a comprar se quedaron ahí, por si acaso, pero Julia les empezó a preguntar cosas y a explicarles por qué no vamos a comprar, que somos voluntarios y no ganamos dinero, etc, etc y finalmente el contacto con los vendedores fue agradable. El viaje transcurrió sin problemas y los autobuses aunque un poco viejos son lo suficientemente acogedores, y mientras no te estreses al ver cómo se desarrolla la conducción (yo dejé de preocuparme a partir del segundo día porque si no te da un ataque) no hay problema. 

Llegamos a nuestro desvío en la carretera principal, nos bajamos del bus, y como más o menos esperábamos no había “gari” o “bayach” así que tocaba caminar casi 2 Km para llegar a la entrada del resort. Por supuesto, no solos. Fue bajar del autobús y teníamos un grupo de niños pidiendo dinero (los pequeños) y queriendo vendernos figuras hechas de madera (los mayores). A estos también hubo que explicarlos lo de “somos voluntarios y estamos más pelados que uno de esos gatos egipcios”, y más o menos entendieron la idea, aunque como no podía ser de otra manera pidieron dinero al final del trayecto. Dos cosillas pasaron; una que no fue agradable, ver cómo los niños mayores pegaban con un palo a los pequeños para que nos dejaran de pedir dinero porque ellos estaban intentando hacer negocio… entre ellos es normal, pero para nosotros es una acción muy violenta, y no es que fuera un palo grande y duro, era como de bambú pero seguro que hacía daño porque uno de los niños terminó en el suelo llorando. El otro tema fue que en vez de ir por la carretera que ya conocía, ellos nos llevaron atajando por los caminos normales, pasando cerca de algunas de sus chozas. Fue un gesto bonito (aunque todos sabemos cuál era el objetivo) y la verdad es que caminar por allí, aunque el paisaje parezca todo igual, es muy agradable, muy apacible, muy salvaje; rodeados de silencio y grandes extensiones de tierra, tan solo limitado por las montañas que cierran el valle del Rift; completamente  lleno de tierra y polvo y salpicado con algunos arbustos y árboles que son como acacias pero con la hoja más pequeña y todos llenos de pinchos; cruzándonos con la gente que se mueve de una aldea a otra  transportando pesadas cargas en la cabeza (esta vez eran hombres), viendo como los niños juegan tranquilamente junto a sus casas mientras las cabras retozan en la arena a la sombra o los cabritillos maman desesperadamente mientras mueven sus colitas mostrando el regustillo que les da. Al final del camino, el gran lago Langano. Todos esbozamos una sonrisa al ver que efectivamente hemos llegado antes de lo esperado y casi degustando nuestro momento turista, que a veces tampoco está mal.


Una vez allí bajamos a la playa y pasamos un rato tranquilo, tomando el sol, entrando en el agua cuidadosamente por las piedras (que no son cantos rodados precisamente), y esta vez por la tarde incluso cogimos una barquita de remos durante 20 minutos, en los que obviamente no hicimos mucho, pero bueno, disfrutamos del momento. Voy a destacar un detalle que en España sería algo impensable: en el agua hay una de esas plataformas con tobogán y trampolín, como las que puede haber en ciertas playas, situadas en zonas más o menos profundas. Aquí era similar excepto por la parte de “en una zona profunda”, lo cual trae consigo la ventaja que aunque alguien no sepa nadar bien puede disfrutar de ello, pero por el contrario el riesgo de “te puedes quedar clavado en el fondo”. Añadido la enorme bola metálica que sujeta la plataforma y que obviamente te puedes encontrar mientras caminas de un lado para otro en la marrón y opaca agua… bueno, que quizá yo sea demasiado cuidadoso, o me estoy haciendo mayor y precavido, no sé, pero hay cosas que creo que podrían mejorarse.


Aparte del momento Langano lo interesante fue también la vuelta, pues no queríamos tener que ir andando de nuevo hasta la carretera principal, así que pensamos en decirle a algún turista que nos acercara hasta la carretera en coche. Tuvimos suerte y nos encontramos con una adorable familia americana (papá, mamá y dos niñas), que al principio como eran de raza negra pensamos que eran de allí, pero resultó que su marcado acento americano no era por casualidad. Fue curioso, pues en los menos de 10 minutos que duró el trayecto con ellos, la madre nos explicó que habían vivido en Montreal (donde vive Audrey) y posteriormente en Perú, con lo cual hablaba español perfectamente, y llevaban dos años en Addis. Fue una grata coincidencia, estuvimos hablando español un rato, y ella muy contenta de poder practicar; tanto, que nos dio su teléfono para quedar a cenar alguna vez si vamos a Addis. Una cosa que no me hizo mucha gracia fue que al salir del resort y al llegar a la carretera el marido repartió monedas, y todos los niños fueron corriendo casi pegándose entre ellos para cogerlas. Como siempre digo, dentro de querer darles dinero, me parece más constructivo que compres lo que venden (las figuras hechas de madera clara representando sus chozas son muy bonitas) a darles en plan mendigo, pero bueno, quizá ellos piensen que yo soy un tacaño por no darles nada… a largo plazo creo que no les ayuda demasiado esa forma de actuar.

El momento etíope vino a continuación, cuando junto a la carretera debíamos parar algún bus que fuera en nuestra dirección para volver a casa. Rodeados de niños y de no tan niños,  unos espabilados nos pidieron si les podíamos dar o cargar la batería de una cámara de fotos que a saber de dónde la habían sacado. Luego vino otro, que quiso gestionarnos el tema del bus sin pedírselo y en ese momento… pasó un minibús (que iba hasta los topes pero para “faranjis” suelen parar) y el pequeño gestor me intentó “ayudar” cuando corríamos hacia el bus con un sospechoso gesto de “yo te llevo la mochila”, al que por supuesto respondí con un claro gesto de “no gracias, ya puedo yo solo”. Tras negociaciones con los del minibús (que nos querían cobrar 50 birr por un viaje de 20 - 25 birr) pagamos 20 birr gracias a la intervención en amhárico de Julia y nos hacinamos como pudimos en aquel vehículo…

… ¿Cuántas personas pueden entrar en una furgoneta de 15 personas? La respuesta son 21, no cómodamente, pero sí respirando y realizando las funciones básicas (una de ellas no es ponerse el cinturón, como se puede uno imaginar) ...

… el niño gestor seguía por ahí rondando, en plan pesado, y se quedó junto al conductor metiendo la bola de que nos había ayudado a venir desde el resort, que nos había conseguido el bus, y que no le queríamos pagar (lo último era cierto), así que al final le dieron unas monedas para que nos dejara en paz y marchamos. Luego me preguntaron que si era cierto lo que decía, y todos se rieron por la situación cuando les dije que acaba de llegar, y mientras me decían, ahora está bien, ¡relájate! (todo esto con la rodilla prácticamente en la cara).


En el fondo el viajecillo no estuvo mal, pero justo antes de llegar a Zway otro minibús nos adelantó y les preguntaron si tenían espacio. Como lo tenían, paramos y nos cambiamos de bus porque por lo visto se habían hecho señales de que había policía más adelante, y pagamos 10 birr adicionales por los tres. Efectivamente vimos a la policía unos metros más adelante, y de hecho pararon al bus en el que habíamos subido previamente. ¡Menos mal que nos cambiamos! En este segundo bus también intentaron entablar conversación, pero mi limitado amhárico me impidió relacionarme más.


Me siento muy decepcionado conmigo mismo por no aprender más el idioma local. En mi día a día no es tan necesario, pero en el momento en el que te mueves un poco puede resultar imprescindible, para tu subsistencia o al menos para tu economía… Propósito de año nuevo que no hice, aprender suficiente como para tener una conversación simple (espero poder cumplirlo).



En estos días pasados también he estado hablando con algunos de los profesores, y un día sacamos conversaciones político-económicas y están son algunas ideas a resaltar:

-         No creo que ellos hablen con cualquiera del tema, pero conmigo que no estoy de paso, sin problema trataron asuntos políticos.

-         En las votaciones, el control de los votos no es tan amenazante como yo pensaba. No es que haya alguien que te presione o te amenace para votar un partido, más bien es que si no sabes a quién votar te indican a cuál debes (la típica viejecita que viene del poblado y no sabe ni leer), o bien, una vez que votas si no les conviene el resultado sacan tu papeleta y meten otra. El resultado es el mismo - todos los votos son para un partido - pero menos “violento” de lo que pensaba.

-         La inflación que hay en el país que aumenta cada año es algo probablemente controlado y deseado por el gobierno. Ellos ven la situación así: el país tiene gran producción de ciertos productos, por ejemplo, uno de los alimentos básicos y diarios que es con lo que se hace la injera. Pero, es más interesante exportarlo que consumirlo dentro del país, pues ofrece doble beneficio: trae dinero externo al país, pero hace que los precios dentro del país aumenten, lo que ayuda a incrementar la inflación y aunque la gente lo pase mal, esa situación se vende a los países como que “seguimos siendo muy pobres y no salimos de esta pobreza”, con lo cual rebajan la deuda externa de Etiopía. Como yo no soy un experto en economía (por favor alguien que entienda estas cosas que me rectifique con algún comentario a esta entrada) no sé si es tal cual así, pero es la sensación que tienen ellos: se está haciendo crecer en cierta manera al país, pero a costa del sufrimiento y la situación precaria de los habitantes.


Esto me da pena, pues tienen un importante sentimiento de indefensión. Al igual que en España con la crisis, los que peor lo pasan no son los que tienen trabajo y no se pueden permitir unas boyantes vacaciones, o aquí los trabajadores que ahora sólo pueden comprar algo de ropa cada 3 meses en vez de cada mes. Los que lo pasan mal son esos que van tan justos de dinero que cualquier cambio en los precios hace que pasen de comer poco a comer casi nada, o de ser independientes a ser dependientes de la ayuda de las instituciones caritativas.

La cara agradable de esto es que también me dijeron que aquí todo el mundo es muy consciente de esto, y generalmente la gente que tiene más recursos tiene gestos como hacer más comida o cena de la habitual y compartirla con aquellos vecinos o conocidos que se sabe que necesitan de ayuda extra. Entre ellos colaboran y se apoyan para superar el bache que, más que bache, parece toda una montaña rusa donde la cuesta es larga y empinada y para algunos termina siendo una vida larga y plena, si consiguen salir de esa situación, tener un trabajo digno y poder ayudar a su familia; o puede verse como una caída en picado hacia no se sabe muy bien dónde, o no quiero imaginarme dónde.


Como no me gusta terminar con algo negativo, noticia, noticia: desde que estoy aquí, todas las noches ha llovido (en plan torrencial y con tormenta, nada de cuatro gotas), así que en general están contentos, porque es algo positivo, aunque con frío. Vienen a clase con abrigo y bufanda, aunque puedo asegurar que yo voy sólo con una camisa y no tengo frío… para ellos soy un “chicarrón del norte” (respecto al Ecuador), y es que para mí 15-20ºC no es demasiado frío.

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